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Resultats de la cerca

divendres, de setembre 15, 2006

Viñedos en Inglaterra y Olivos en Alemania

¿Cabe imaginar que en cincuenta años podamos poder tener vinos DOG de Dinamarca, aceite de oliva del Valle del Danubio o mangos y papayas de Galicia? La idea no es descabellada si se cumplen las hipótesis científicas que contemplan un ascenso progresivo de la temperatura de entre 1 y 4 º en todo el planeta a lo largo del siglo XXI. Lo cierto es que todos los modelos manejados por la Comunidad Científica Internacional corroboran una alta posibilidad de que a mediados del siglo XXI lo "normal" sea lo que hasta el siglo XX era lo "excepcional". Veranos del Milenio como el del 2003, mareas que sumergen Venecia u olas de calor e incendios forestales como los del 2002 en Siberia o Alaska podrían pasar a ser algo frecuente y con lo que se debería convivir anualmente. Las consecuencias socioeconómicas son de una magnitud tal hasta el punto que se requeriría una nueva "adaptación al medio" del hombre y la naturaleza sin parangón desde, al menos, el fin del último período glacial.

Ya el siglo XX acabó marcado por un desbarajuste climático mundial que a menudo era primera plana por las consecuencias de todo tipo que de ello se derivaban. Pasada la meta que había tenido en vilo a la Humanidad desde por lo menos la Segunda Guerra Mundial, la llegada de la fecha mítica del 2000, ciertas expectativas agoreras sobre el temido "cambio climático global" se abrían paso entre la Humanidad. La acumulación de malas noticias no era casual. En una sociedad muy tecnificada parecería que las influencias del clima sobre la economía, la sociedad y la vida en no deberían de ser notables. Pero lo cierto es que más que nunca el tiempo era noticia, y no porque nos hubiéramos convertido todos en ingleses y no tuviésemos otra cosa de qué hablar. Vivimos en un mundo más "caliente" que nunca por muchas razones y la atmósfera no se ha querido quedar atrás.

Inviernos como los de los años 1982, 1998 o 2002,en que se llegó a pasear en mangas de camisa a la ribera del Sena en París, el Támesis en Londres o el Danubio en Budapest o Viena, venían precedidos o seguidos de anómalas y brutales nevadas y fríos fuera de temporada. Lo nunca visto sucedió cuando se vio nevar a principios de septiembre de 1996 o septiembre de 2003 en Austria, Baviera y Suiza o cuando la primavera de 2001 fue la más fría en 150 años en Francia y Alemania o se vio nevar en el mismo Mediterráneo en una fecha tan temprana como noviembre, como en Barcelona en 1999.

Estos fenómenos llamaron la atención de los climatólogos que advertían de que se estaba delante de uno de los primeros síntomas del cambio climático en ciernes. Nunca como antes se había llegado a afirmar que "el tiempo se está volviendo loco" y, como colofón, más de 15 mil muertos y superar todos los récords por arriba en las temperaturas desde que se tenían registros en Europa el verano de 2003 confirmaron lo temido. El calentamiento estaba ya en marcha. Ni las recomendaciones del Tratado de Kyoto ni las conclusiones del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPPC) estaban siendo muy tenidas en cuenta. Los países desarrollados velaban por mantener sus objetivos de crecimiento industrial y, algunos de los países que sabían que el Siglo XXI era "el suyo", como la China y la India, reclamaban mantener sus "cuotas de contaminación". Incluso el mandatario de Rusia, Vladimir Putin, llegó a afirmar que a su país "firmar el Tratado de Kyoto y cumplirlo no le convenía". Las expectativas climáticas convertirían, gracias al corrimiento de unos centenares de kilómetros de las franjas climáticas hacia el norte, al país del gran frío y los grandes bosques, en un granero a mediados del siglo XXI.

Un verano como el del 2003 cada mil años (hasta ahora)

En España, los fenómenos meteorológicos extremos, básicamente la alternancia de períodos de sequía con lluvias súbitas y torrenciales, ha sido siempre la constante. Pero no pocos climatólogos advertían que lo peor podría estar incluso aún por llegar a medida que se confirmase la tendencia a un calentamiento y "extremalización" del clima ibérico. Javier Martín Vide, Catedrático de Geografía Física y Climatología, en la UB y presidente de la Asociación Española de Climatología, manifestaba con motivo de la histórica ola de calor de verano del 2003 que "batir records climáticos es, desde un punto de vista probabilístico, fácil, por lo que la avalancha de noticias sobre sucesos meteorológicos extremos ha de filtrarse convenientemente, más hoy en día en que los medios de comunicación están presentes en cualquier lugar remoto del planeta". El verano de 2003 en buena parte de España y varios países europeos tuvo un carácter realmente extraordinario, "con períodos de retorno superiores al milenio". Según Martín Vide, no se podía demostrar una relación causal directa entre el cambio climático antrópico y el carácter extremadamente caluroso del citado verano. "Sí que, por el contrario, puede decirse que el verano del 2003 constituye un hecho más en la misma dirección del calentamiento global. Será la acumulación anómala de sucesos extremos, sobre todo, aunque no exclusivamente, en la línea del calentamiento, la que podrá considerarse evidencia del cambio, precisamente como consecuencia de los reajustes "bruscos" del sistema climático a la alteración humana".

Las expectativas, en medio de grandes polémicas sobre el reparto de los exiguos recursos hídricos del país con el controvertido Plan Hidrológico Nacional (PHN), apuntaban a que "fuese plausible que la lluvia en España muestre en el futuro unas pautas temporales más irregulares que las actuales, es decir, concentrada en pocos días, lo que agravaría las sequías y reforzaría los episodios de precipitaciones torrenciales".

A medida que transcurre el siglo XXI, más preocupantes son los cambios en las diferentes variables meteorológicas. No sin haber sido avisados de sobras desde hace ya décadas. De hecho, desde por lo menos la década de los 70, la Comunidad Científica Internacional (CCI), advertía de que lo que hasta entonces eran fenómenos cíclicos "naturales", como "el Niño" o la Oscilación del Atlántico Norte -anomalías periódicas en las temperaturas del agua del mar y en las corrientes oceánicas- estaban empezando a exagerarse y a influir notablemente en las poblaciones y economías costeras, donde entorno al año 2000 se concentraban las tres cuartas partes de la población y actividad económica del Planeta.

Ya en 1975 el semanal "Newsweek" lanzó uno de los primeros editoriales catastrofistas sobre el devenir de nuestro clima. Curiosamente el aumento de partículas contaminantes inducía, según los primeros estudios científicos que intentaban extrapolar al futuro las variables climáticas del momento, a un enfriamiento del clima. Lo cierto es que según los estudios del IPCC, durante la década de los 70 se había confirmado que, al menos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, era notorio un sensible enfriamiento del invierno en el Hemisferio Norte. ¿Cuántos abuelos nos han hablado de los "inviernos de antes"? En la memoria, sin ir más lejos, española, quedan los terribles inviernos de los 50 y 60. Con nevadas históricas en Barcelona 1 metro la Navidad de 1962- y heladas en la misma Costa del Sol en 1954. Tal tendencia, según todos los modelos climáticos hechos por supercomputadores a principios del siglo XXI indicaban que, hacia 1970, se había invertido la tendencia. Hasta el punto de que, sólo diez años más tarde, la década de los 90 sería considerada la más cálida desde que se tienen registros meteorológicos, eso es más o menos desde mediados del siglo XVIII.

Un clima en constante mutación

En la Era de los Dinosaurios la Tierra era mucho más cálida de cómo la habremos conocido durante nuestra existencia los humanos. Incluso la concentración de anhídrido carbónico en la atmósfera era de 5 a 10 veces superior a la del siglo XX. Después del último gran deshielo, el nivel de los mares ascendió del orden de 100 metros. Los últimos veranos del siglo XX y, el "Verano del Milenio de 2003" sacaron a la luz, al retroceder glaciares de los Alpes, los restos de vías romanas en los pasos más altos por donde Aníbal debiera invadir Italia a caballo de sus elefantes. Ello pone de manifiesto que en épocas históricas recientes y a escala biogeológica ínfimas, ya ha habido otros períodos tan o más cálidos que el que se apuntaba para el siglo XXI.

Cuando Leif Eriksson colonizó la Antártida en el 980, nos encontrábamos en el llamado "Óptimo Climático Medieval". No es casual que bautizaran a la isla como "Groenlandia" literalmente tierra "verde-. En Alemania se cultivaba la higuera y en Inglaterra la vid. Cosa que muy probablemente habremos podido contemplar de nuevo durante el siglo XXI. Los vikingos incluso pudieron navegar a bordo de sus frágiles "drakkar" a través de un mar de Terranova (donde se hundió el Titanic) libre de los temibles icebergs y "descubrir" América 500 años antes que Colón. A su vez terribles sequías en las estepas de Eurasia provocaron grandes movimientos de población nómada, como las "hordas" mongola y magyar (Gengis Khan) que aterrorizaron a las incultas y pobres poblaciones europeas que allá por el Siglo XI salían de la oscuridad de la Alta Edad Media. En valles del Pirineo y los Alpes los paleoclimatólogos han individualizado restos de polen que demuestran que el olivo era prácticamente un monocultivo, donde nuestro imaginario colectivo sitúa a Heidi y vacas lecheras pastando entre abetos... Como vemos, la "oscura Edad Media" ni fue tan oscura, ni mucho menos fría.


Europa, después del Renacimiento, vivió una "Pequeña Edad de Hielo" durante los siglos XV a XIX. Los escandinavos tuvieron que abandonar Groenlandia a los esquimales, el floreciente reino normando medieval de Escocia entró en decadencia y se "unió" a Inglaterra. Los cuadros de la Escuela Flamenca (Van Eyck, Rubens) nos muestran unos paisajes helados en la oceánica y templada campiña holandesa de los molinos de viento y tulipanes de hoy en día. En 1601 los jardines de Cambridge tenían restos de hielo del invierno anterior ¡en pleno julio!. Durante el siglo siguiente las cosechas fueron malísimas o destruidas por fríos inusuales en primavera y se habla incluso del "año sin verano" en 1816 en que, al otro lado del Atlántico, la nieve cubrió el valle del Hudson en la usualmente bochornosa y casi tropical Nueva York en junio y las cosechas de maiz de Nueva Inglaterra se congelaron en julio. La agricultura a finales del siglo XVIII había retrocedido en Europa y se produjo "la gran hambre" que, entre otros motivos, favoreció la Revolución Francesa. Las tropas de Napoleón perecieron de frío y hambre en Rusia gracias al "General Invierno". El Baró de Maldà en su dietario "Calaix de Sastre" (Cajón de Sastre) ha dejado una memorable descripción de los crudos inviernos y nevadas en Barcelona y bloques de hielo flotando enfrente de Montjuïc en la primavera de 1796 y cuadros como "La Nevada" de Goya y las novelas de Pérez Galdós consolidaron el mito de la fría y blanca Castilla en invierno. El Siglo de las Luces, paradójicamente fue el más frío de los últimos 2500 años.

Como se ve, ya muchas otras veces las causas naturales han sido detonantes importantes de las grandes migraciones, cambios económicos, políticos y sociales. En plena Siglo XXI, de las eras "Tecnológica y Espacial", una vez más el ser humano no habrá dejado de ser más que una marioneta en manos de la naturaleza y posiblemente habremos debido empezar a plantearnos en serio que la Tierra nos expulsa y nos coloca frente a un nuevo cambio de magnitudes históricas: la búsqueda de otra "Tierra". Y, por una vez, empieza a quedar claro que esta vez nos hemos extralimitado y el cambio, radical y dramático, lo habremos ocasionado nosotros mismos. Martín Vide, una vez más, no deja lugar a la duda: "las tendencias hacia el aumento de temperatura son muy difíciles de modificar, y aunque quemáramos mucha menos cantidad de combustibles fósiles que en la actualidad (la reducción prevista en Kyoto es, en este sentido, totalmente insuficiente). Yo no hablaría de irreversibilidad, pero sí de tendencias muy difíciles de romper o invertir".

¿Y si en lugar de más calor, hace más frío?

En la primavera de 2003 salieron a la luz en publicaciones como "Journal of Climate" los resultados de un estudio que predecían que en 2080 la Corriente del Golfo (Gulf Stream) podría "bloquearse" si continuaba el proceso, detectado a finales del siglo XX, de deshielo del casquete polar de Groenlandia y el Ártico. Philip Huybrechts, científico de la Universidad Libre de Bruselas, anunciaba que "el modelo de predicción arrojaba el dato de que la subida de 4 º de la temperatura media en Groenlandia tendría un efecto colateral sorprendente: el paro, stop, de la Corriente del Golfo". Hacia mediados del siglo XXI el calentamiento global habría comportado un aumento tal de la temperatura en las latitudes polares capaz de arrojar al Atlántico Norte millones de litros de agua fría, comportando una consecuencia paradójica: a un aumento de la temperatura del aire le seguiría un descenso de la del agua o, si se quiere, una igualación de las diferencias existentes entre las aguas polares y las tropicales.

De esta manera en las costas del Labrador, hasta el siglo XX un lugar inhóspito con un clima, a la latitud de París, similar al de Laponia, se viviría una suavización del tiempo a causa de cambios en la salinidad y, por tanto, en las corrientes marinas. Este cambio interrumpiría, a su vez, el flujo de las cálidas aguas del Golfo de México hacia las costas de Europa Occidental de manera que en invierno la probabilidad de grandes olas de frío sería mucho más habitual que en todo el siglo XX. La hipótesis contemplaba que mares como el del Norte se podrían helar en invierno y que el período de innivación en las suaves campiñas británicas o francesas podría ser algunos inviernos crudos el equivalente al de la Rusia Europea. Las consecuencias socioeconómicas podrían ser poco menos que desastrosas, obligando a un replanteamiento total de, por ejemplo, la llamada Política Agrícola Común (PAC) de la Unión Europea. Martín Vide, para nuestro país, apunta que "los reajustes "bruscos" del sistema climático (sobre todo, sus componentes atmosférica y oceánica) permiten contemplar ciertos años y décadas fríos dentro del contexto del calentamiento global".

Nuevas Holandas

A principios del Siglo XXI la mayor parte de la población del mundo vive en zonas litorales, poco por encima del nivel del mar. Una parte, durante el Siglo XX vivía, en cambio, y de una manera completamente "precursora", bajo el nivel del mar. Los holandeses, en una colosal obra de varios siglos y generaciones han conseguido evitar las inundaciones periódicas de las mareas del Mar del Norte y, además, ganar un tercio más de territorio para el país más superpoblado de Europa mediante la construcción de diques y pólders. Lo que hasta el siglo XX era un capricho u originalidad de la ambición y buen hacer de los holandeses se convirtió por causa mayor en un ejemplo a seguir. La constatación del progresivo aumento del nivel del mar, ya llevó en 2001 al Gobierno Italiano a aprobar el faraónico y multimillonario "Proyecto Moisés" que preveía la construcción de tres inmensas barreras móviles para defender a Venecia y la Laguna Véneta de las cada vez más peligrosas e inusitadas mareas del Adriático conocidas con el nombre de "Acqua Alta". Es uno de los primeros ejemplos demostrado de adaptación del Hombre y la Civilización al drástico cambio del medio natural en marcha.

Estudios realizados en el Instituto de Investigación Marina de Kiel por el profesor Axel Timmermann demuestran que, en base a datos del pasado, "el progresivo aumento del nivel del mar y las consecuencias catastróficas de las mareas cada vez más irregulares y grandes es consecuencia de la extremalización de las variables meteorológicas. Sin saber a ciencia cierta si esto tiene causas humanas, el caso es que los modelos de simulación marcan la tendencia de que hacia el 2044 el incremento será perceptible del orden de 2 a 4 º Celsius con un aumento del nivel de los océanos del orden de 09 metros". A conclusiones parecidas ha llegado para el Mediterráneo un estudio realizado por el profesor Joaquim Tintoré en el Instituto Mediterraneo de Estudios Avanzados de la Universidad de las Islas Baleares.

No cuesta imaginar que en otros lugares del mundo como Bangla Desh, el Delta del Nilo, el Delta del Ebro o el Río de la Plata se temiese por la inundación y pérdida definitiva de estos terrenos inmensamente productivos y, en muchos casos, superpoblados a manos del mar. Incluso la gran ciudad del siglo XX, Nueva York, que fue creada precisamente por los holandeses como Nueva Amsterdam, puede acabar

Cambio Climático II

El fenómeno el Niño

Esta primavera los centros meteorológicos mundiales nos alertan de que nos encontramos ya ante un nuevo fenómeno de "El niño". Este fenómeno, que suele durar de unos seis a ocho meses, hará que diluvie en el desierto de Perú y Atacama -el lugar más árido del planeta- y haya sequía (y los devastadores incendios forestales asociados) en las selvas ecuatoriales de Indonesia, Indochina y el norte de Australia. Hasta aquí nada que no haya pasado antes. De hecho el "niño" es un fenómeno periódico que ya los conquistadores españoles relataron en las "crónicas de indias" de nuestro Siglo de Oro.

Este fenómeno ha tenido consecuencias desastrosas cada vez que se ha producido. En 1998 Australia dejó de ingresar 1500 millones menos de ¬ a consecuencia de la sequía y la industria pesquera del Perú se hundió debido a que el aumento de temperaturas del agua en el Pacífico Este acabó con el plancton, vital para uno de los bancos de pesca más productivos del mundo.

Mientras tanto, en las latitudes polares árticas el agujero de la capa de ozono, después del máximo enfriamiento a finales del largo invierno boreal, ha alcanzado su mayor dimensión. Mucho menor que el de la Antártida en la primavera austral por razón de su menor enfriamiento relativo respecto a la gran masa continental polar del Hemisferio Sur, pero no por ello menos preocupante para los pocos habitantes de Alaska, Siberia, Groenlandia o Escandinavia.

Nevadas en Arabia, veranillos en pleno enero centroeuropeo

Pero el caso es que cada vez más el tiempo es noticia y no porque nos hayamos convertido todos en ingleses y no sepamos de qué otra cosa hablar. Vivimos en un mundo más "caliente" que nunca por muchas razones y la atmósfera, parece ser, no se quiere quedar atrás.

Eneros (años 1998, 2001 y 2002) en que se pasea en mangas de camisa a la ribera del Sena en París, el Támesis en Londres o el Danubio en Budapest o Viena; y en cambio: precoces y brutales nevadas a principios de septiembre de 1996 en Austria, Baviera y Suiza y luego la primavera más fría en 150 años en Francia y Alemania en 2001; nevadas de medio metro en las estepas de Colorado en octubre de 1998 que sepultaron y aislaron a la ciudad de Denver durante dos días; nevadas en noviembre de 1999 en Barcelona; en abril de 1991 en la dulce Calabria del sur de Italia; 25 º en el Cantábrico en pleno invierno de este año; 32 º en la fría meseta castellana de los "nueve meses de invierno y tres de infierno" en la primavera del pasado año 2001; sequía de cuatro meses en Galicia e incendios en Asturias a principios de febrero pasado, mientras la gota fría había ocasionado los temporales de Levante más agudos que se recuerdan con pérdidas multimillonarias en el Mediterráneo español; nevadas en pleno desierto de Arabia, Siria o Palestina este pasado enero mientras en el habitualmente helado Central Park de Nueva York se tomaba el tibio sol de los 40º Latitud Norte en el invierno más suave que se recuerda en la Costa Este americana y en Moscú se batía el récord de temperatura más "agradable" en enero (+ 3,4º C...) de los últimos doscientos años... Eso es un mínimo ejemplo de la magnitud y excentricidad de los desmanes meteorológicos y sus consecuencias socioeconómicas durante la última década.

Árboles que florecen antes de tiempo, hojas que se resisten a caerse en otoño

Según un estudio de la Universidad de Múnich (Alemania) y hecho público en enero de 1999, la primavera y el verano se han alargado en once días durante los últimos 30 años. Dicho estudio, en base a datos existentes desde 1959 en la "Red de Jardines Fenológicos Internacionales" -una red botánica europea que abarca desde la Taigá de Laponia hasta la Maquia del Mar Egeo- demuestra que desde principios de los años 60 la primavera se ha anticipado una media de 0,2 días por año. El árbol más "madrugador", el almendro, hasta mediados del siglo XX daba su toque ancestral de flores blancas a las campiñas mediterráneas durante febrero -a primeros de mes al sur, en Valencia o Sicilia, o a finales en las costas del norte, en Provenza o Macedonia- y en la actualidad florece a finales de enero y, en años excepcionales, como 1998, se han visto florecer los almendros los primeros días de enero.

Los investigadores recalcan que, en sentido biológico, la primavera se establece en función de la floración de las hojas y no en sentido astronómico -en dicho caso la primavera siempre empieza hacia el 21 de marzo- y que, en términos de 30 años, este adelanto representa seis días para la primavera y un retraso de cinco días en la aparición del otoño. Los científicos de la Universidad de Munich han elaborado un modelo informático para ver de qué modo los cambios de temperatura afectan al calendario de floración de plantas y de caída de las hojas y la conclusión es contundente: el invierno tiende a concentrarse entre diciembre y enero en las latitudes meridionales -con cada vez más frecuentes ascensos anómalos de temperatura en medio de la estación y, además, el alargamiento de la primavera y el retraso del otoño están, poco a poco, corriendo al norte las franjas de vegetación y cultivos. Dichos investigadores ponen en énfasis los fenómenos extremos por la parte más cállida del continente, de una parte, como la desertificación notable en ciertas zonas del Mediterráneo, y el polo frío por otra: el retroceso de los glaciares en los Alpes y el avance del bosque boreal de la Taigá a costa de la Tundra ártica.

El Sahara a las puertas del Mediterráneo

El Dr Philip D. Jones, Profesor e investigador de Paleoclimatología en la Climatic Research Unit de la University of East Anglia, Norwich, nos confirma lo que nos temíamos: "el desierto avanza ya hacia el sur de Europa". La "pertinaz sequía" del Magreb es una realidad natural que afectará socioeconómicamente a los países de allende el Estrecho. Ello vendrá a añadirse a las causas políticas y demográficas que yacen en el trasfondo de la inmigración, de manera que mucha más población se verá expulsada y, además, "se producirá un corrimiento de unos centenares de kilómetros hacia el norte de las franjas climáticas, de vegetación y de potencialidades de cultivos", con las consiguientes crisis alimenticias e hidrológicas que se deriven. El Dr. Jones nos advertía el pasado mes de enero en el Museu de la Ciència de Barcelona: "Ustedes lo tienen dramático". Es decir: preparémonos para recibir a más turistas que nunca, por un lado, o inmigrantes por el otro, porque a nuestro clima más "mediterráneo que nunca" se va añadir la "desertificación contundente" del Norte de África.

Este efecto será evidente en países como España, en el límite sur de la franja templada, Un simple reclamo turístico como que la parte granadina de la costa mediterránea reciba el atractivo nombre de "Costa Tropical" dejará de ser algo más que márketing para convertirse en una realidad tangible. Las previsiones más optimistas, aún en el caso de que se aplicase desde ahora de una forma contundente y automática y sin fisuras el Acuerdo de Kyoto, no auguran nada bueno. La "tropicalización" del clima en el sur de la península será ya inevitable.

Javier Martín Vide, profesor titular de Geografía Física en la Universidad de Barcelona específica más aún: "gran parte de España, excepto la franja septentrional y Galicia, posee clima mediterráneo, con diferentes matices, y el clima mediterráneo es técnicamente un clima "subtropical". Por tanto, "no estamos muy lejos de la franja climática tropical, pero es evidente que el calentamiento nos acerca a las condiciones de los climas tropicales, en especial del clima tropical de desierto cálido".

¿El tiempo se ha vuelto loco? Los números hablan

Las estadísticas lo dejan a las claras: si bien hace más de veinte años que se habla del "calentamiento global", y hasta hace relativamente poco aún había científicos que dejaban la puerta abierta a un posible fenómeno "natural", el año pasado 2001 ha sido el 23 consecutivo en que la temperatura del planeta ha sido superior a la media climática global de unos 14 º C y el segundo más cálido de la historia desde que se disponen de registros estadísticos (en 1860) después del extremadamente anómalo 1998. Y esto no ha hecho más que comenzar.

Los 0,6 º de temperatura superior a la media climática mundial registrados en 2001 (ver "CNR" n. 60, febrero 2002) no son nada comparado con el trend (tendencia) previsto para mediados de este siglo en que, sin ir más lejos, empezaremos a notar los efectos más dramáticos sobre la naturaleza y la máxima "creación" de esta: Nosotros, el ser humano, víctima y causante en buena parte de este deterioro bioclimático del planeta.

La vida existe porque la Tierra es un invernadero

La temperatura de la Tierra depende de unas variables sumamente frágiles. El balance de radiación entre la energía que recibimos del Sol y la que literalmente "rebota" la atmósfera -gracias a que vivimos técnicamente en un "invernadero"- es la clave. Los estudios demuestran que la Tierra debería de estar congelada, con una temperatura media de unos -20 º C., pero eso no es así. ¿Por qué?

La paradoja se resuelve teniendo en cuenta los componentes de la atmósfera y las leyes físicas de la radiación. El Sol emite energía a una temperatura de +5.500 º C. , esta llega a la troposfera y gracias a ciertos gases se produce un efecto de "filtrado" que permite dos cosas: primero que los rayos infrarrojos no nos cieguen y abrasen y, segundo, que bajo esta capa de gases (la "capa de ozono") se produzca el "agradable efecto invernadero" que ha permitido la vida en nuestro planeta. Desde hace 3.800 millones de años este equilibrio ha sido precario pero estable y gracias al vapor de agua, el metano, el óxido nitroso, el ozono y, especialmente, el bióxido de carbono (CO 2) la Tierra goza de una envidiable temperatura de 14 º C y de unas diferencias mínimas entre la noche y el día y, aunque nos parezca mentira, entre las diferentes estaciones del año. ¡Ríanse los siberianos de la extrema diferencia de temperaturas (continentalidad) entre el invierno y el verano que "sufren" al lado de la de nuestro planeta "gemelo" Marte, ¡donde las diferencias entre el día y la noche son de más de 100 º C!

LINKS:

* http://unfccc.int/ Portal de la ONU de la Convención Sobre el Cambio Climático
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* http://www.wmo.ch/Welcome-sp.html/ portal de la Organización Meteorológica Mundial en español http://www.inm.es/ Portal del Instituto Nacional de Meteorología (España)
*
http://www.wetterzentrale.de/topkarten/, quizás la web más completa de predicciones meteorológicas a largo plazo

BIBLIOGRAFÍA:

-Climas y Tiempos de España, MARTÍN VIDE Javier y OLCINA CANTOS Jorge. Col. "Historia y Geografía, Alianza Editorial , Madrid septiembre 2001

-Los Grillos son un Termómetro, PICAZO Mario. Eds Martínez Roca, Barcelona 2000

-Insituto Nacional de Estadística, Anuario Estadístico de España (MMA, Meteorología)

-Weather Forecasting, The country Luife Guide To Weather Forecasting, Newnes Books, Hamlyn Publishing Group Ltd, Londres 1982

Después del calentamiento ¿una glaciación?

Sin nuestro invernadero que es la capa de ozono, de día nos abrasaríamos de calor y de noche nos congelaríamos y, aún así, en general la temperatura media sería bajo el nivel de congelación. Algunos estudios demuestran que a una fase se calentamiento, en la que ya estamos según vemos, le seguirá una de congelación. Esto se deberá a que el calentamiento favorecerá una mayor evaporación, más nubes y, finalmente, un "paroxismo contundente": la Tierra se congelaría a la larga irreversiblemente precisamente por haberse calentado en exceso, ya que la cobertura nubosa que un principio sería parecida a la que se produce en el Ecuador (con más lluvias torrenciales y menos sol que en los trópicos) se extendería impidiendo que la insolación alcanzase la tierra por ningún punto. ¿curioso no?

España: lluvias cada vez más torrenciales en medio de largas sequías

Es conocida la gran inercia de los procesos en el sistema climático y si a ello se añade la larga vida y persistencia de los gases contaminantes en la atmósfera "es difícil una rápida vuelta a la normalidad, aun eliminando drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero". Para Martín Vide, uno de los especialistas más reputados en climatología de la Península Ibérica, "en el caso más optimista, llegaríamos a finales del siglo XXI con una temperatura media "sólo" 1 º C. superior a la media histórica de 14'º C, que será, de todos modos, nada menos que el doble de lo que el planeta se calentó a lo largo del siglo XX. Es lo "menos malo"" según el reputado geógrafo que, actualmente está analizando la irregularidad pluviométrica de la Península Ibérica y ha llegado a la conclusión de que "si la lluvia en

España se está haciendo cada vez más irregular. Eso sería también cambio

climático. Podrían totalizarse los mismos milímetros en promedio, pero con

una aparición temporal más extremada".

Las consecuencias del cambio climático se van a traducir en un aumento del riesgo de gotas frías en el Mediterráneo, sequías en lugares inhabituales como el Cantábrico y episodios fuera de estación como frío en primavera, fresco y atroces episodios tormentosos en plena canícula del verano o "veranillos" de San Martín en pleno invierno. Según Martín Vide, "un aumento de los sucesos o episodios extremos es consistente teóricamente, dado que el sistema climático para alcanzar un nuevo estado de equilibrio pasará por fases y sucesos de reajuste bruscos".

Primavera en verano y al revés

En el recuerdo queda el bienio 1997-98. Las estaciones se invirtieron en España. Durante la primavera de aquél año más de 20 observatorios de la red principal del INM batieron sus marcas de calor en marzo (29 º en Bilbao el día 3) y un observatorio como el de Gijón sólo recogió 2 ínfimos litros en todo el mes cuando lo normal está por encima de los 100. Luego en verano la nieve sorprendió a todas las cordilleras del norte por San Juan, principios de julio y de nuevo en agosto. Muchos españoles, de veraneo en las playas del Mediterráneo, se encontraron una persistencia inaudita de las nubes, el fresco y las lluvias y en capitales de provincia de la meseta se tenía que salir a pasear en chaqueta en plena canícula.

Lo peor es que lo de 1998, lejos de ser una excepción estadística que, a la larga entraría en la normalidad, esto ha sido el principio de un ciclo de tres años que ha continuado batiendo marcas por arriba en los termómetros fuera de tiempo. Ya que con igual intensidad esto ocurrió también durante el año 2001. El año pasado se inició con el invierno más templado y lluvioso que se recuerda en media España, prosiguió con dos anómalas olas de calor que batieron récords en marzo y mayo, luego víno uno de los veranos más largos -técnicamente media España. vivió 6 meses consecutivos de verano con temperaturas medias superiores a los 20

y llovió más en julio que en cuatro meses de primavera juntos. El final, colofón memorable al año más loco que se recuerda, fue la revancha del frío. Noviembre se inició con unos temporales insólitos en el Mediterráneo que acabaron desembocando en la segunda ola de frío más fuerte en diciembre en el último medio siglo. -22 º C en el Pirineo catalán, 40 capitales de provincia bajo cero en Navidad y el excepcional período bajo cero registrado en puntos del Ebro (Lleida)..

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Menos frío de noche, deshielo de los polos, aumento del nivel del mar

Las principales consecuencias que empezaremos a notar a medida que avance este siglo serán en palabras de Philip Jones "dramáticas". Según el "Proyecto Advise", que ha llevado a cabo su equipo de paleoclimatología, las consecuencias más visibles ya se han empezado a notar en la segunda mitad del Siglo XX. El aumento de temperaturas ha sido notorio en las latitudes templadas y frías del planeta y "espectacular" en ambos polos. Además, se ha visto como las noches son cada vez menos frías y ello es especialmente acentuado en las llamadas islas de calor urbanas.

Cualquier noche del año es visible la diferencia de temperaturas entre la Gran Vía de Madrid y el aeropuerto de Barajas o la Casa de Campo -de hasta 10 º en situaciones anticiclónicas de invierno- o de más de 5 º entre la Rambla de Barcelona y el Aeropuerto del Prat. ¡Imáginese la diferencia que puede haber en megalópolis de 10 o más millones de habitantes como Tokyo, Nueva York o Londres!, si en nuestras ciudades más pobladas que apenas llegan a los 3 millones de habitantes se registran tales diferencias desmesuradas cualquier noche del año en apenas una decena de kilómetros.

Algunos estudios no auguran nada bueno. En un caso extremo ya se es consciente de las consecuencias que sobre las grandes urbes marítimas del mundo (y el 60 % de la población urbana mundial se concentra en ciudades costeras) tendrá el aumento del nivel del mar producido por el deshielo progresivo -lento pero ya evidente- de los casquetes de hielo polares. Los estudios de paleoclimatología ponen al descubierto que las anomalías han existido siempre. Pero lo más notable de las últimas décadas es su aceleración y la vertiginosa ruptura de la inercia climática mencionada que las estadísticas confirman se ha producido durante los últimos 25 años.

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